No sabría decir si descubrir el mundo de la música ha cambiado mi desarrollo como escritora y guionista. Quiero pensar que buena parte de lo que he experimentado en el escenario ha influenciado en la manera en la que afronto la escritura, pero, sin embargo, encuentro una diferencia esencial entre ambos procesos. Cuando estoy mal, no me veo capaz de diseñar una estructura para una página de cómic, desarrollar un diálogo con la precisión que la tarea requiere o continuar con un capítulo de una novela o relato. Si lo hago, normalmente suelo reescribirlo porque me parece basura al día siguiente. Mezclar (o más bien emplastar) emociones propias es algo parecido a traicionar la obra, de alguna manera, aunque la obra tenga siempre algo de nosotros, se vea o no se vea en el resultado final (todos deberíamos aspirar a ser, como apunta Virginia Woolf en "Una habitación propia", autores incandescentes, esos cuya presencia no se percibe en la historia). Escribir es contar una gran mentira con la mayor sinceridad posible, y eso, al menos para mí, requiere claridad mental, pese a que pueda estar presente la melancolía.
No obstante, con las canciones la perspectiva cambia. Desde mi experiencia, una canción requiere mucho trabajo; darle vueltas una y otra vez, abocetar y repetir hasta la saciedad para moldear, definir y refinar la melodía. En esto no se diferencia del resto de obras artísticas. Sin embargo, he descubierto que con la música sí puedo trabajar cuando no estoy pasando un buen momento. Escuchar la base instrumental e ir encajando una línea de voz es algo que me relaja y libera tremendamente. En la letra puedo volcar las emociones sin considerar pasarlas por la trituradora al día siguiente, o, al menos, sembrar un germen que me convenza. La estructura lírica permite una expresión clara y directa de los sentimientos. Esto no quiere decir que solo haga canciones cuando no me siento bien y escriba narrativa o guión de cómic cuando estoy en un buen momento. Tampoco que hacer canciones sea más fácil que escribir un guión.
Escribir novelas, cómics y canciones han marcado mi experiencia como escritora. Las tres áreas se complementan, pero tienen su propio universo, con sus propias reglas y tiempos. Si tuviera que hablar de lo que tienen en común, mencionaría el elemento catártico, el placer y el misterio que conlleva siempre embarcarse en una nueva creación. Aunque la experiencia previa influya, no importa en cierto punto lo que hayas hecho antes, si estás orgulloso o no de tu recorrido. Cada nueva obra es una travesía en la que un escollo puede originar un naufragio.
"No soy un gran escritor. No soy Hawthorne... pero desde el primer instante... esta historia me ha obsesionado... me consume; temo que si no la escribo... no debería volver a escribir; temo que si la escribo, no será todo lo buena que debería". Charles Leavitt. En el Corazón del Mar.
"El maestro silencioso es la página vacía". David Mamet. Manifiesto.
Tras esta breve reflexión os dejo con "Oh", uno de los temas de Blacksleeves más melancólicos, cuya letra compuse sobre la base instrumental de Otto Speer. Forma parte del EP "My Lady", nuestra carta de presentación. El título hace referencia al lamento, al renunciamiento, la confesión (uno se confiesa cuando ya no hay solución posible. Ahí es cuando llega la ficción. La confesión viene siempre en forma de relato).