Las cortezas de nuestra piel
oscilan al ritmo de la danza de un sauce.
Hemos llegado al punto
en que ya no nos preguntamos
si sirven de algo las oraciones.
Ya no miramos al cielo para blasfemar
contra el aciago demiurgo.
Ya ni siquiera tenemos
pensamientos obscenos
en los funerales.
En el otoño de nuestras vidas
solo nos hacemos una pregunta:
¿a quién rezan los dioses?
En invierno descubriremos
que los dioses rezan a sus tumbas.
Pero todavía algunas hojas
siguen temblando, dubitativas, en las ramas,
y no tiene sentido pensar mucho en ello.
Todavía es otoño,
¿verdad?
©Carolina Corvillo
