Maldita adolescencia
Mi última novela, "La secta del cuerpo", ahora mismo en proceso de revisión, habla de esta época de transición en la que uno corre el riesgo de convertirse un extraño para su cuerpo. En esta fase aprendemos a construir murallas, a defendernos del mundo y a dejar que el mundo entre en nosotros. Es una etapa en la que los límites bailan y aprender a marcarlos puede convertirse en una tarea que determine quiénes somos. Suele menospreciarse este periodo, se trivializa hablando de "la edad del pavo" o de las insignificancias a las que se les da una magnitud exagerada. Sin embargo, nunca olvidaré mi primera experiencia en el movedizo terreno amoroso. No es que las hormonas se vuelvan locas de repente. Yo había pasado toda mi infancia enamorada de personas por las que nunca me sentía correspondida. Recuerdo haberle dicho a mi madre una vez que pensaba que era prácticamente imposible que se diera la casualidad de que dos personas se gustaran. Como si el amor fuera distribuido por una suerte de Providencia ciega y tonta, cuyos designios son inapelables y terriblemente trágicos. Durante la infancia obtenemos amor sin esfuerzo por parte de nuestros padres, en el mejor de los casos. Es normal que, en algún punto de mi fuero interno, pensara algo parecido a: "¿Cómo va a repetirse ese milagro?". En la adolescencia, los primeros pasos en el mundo adulto, nos vemos en la tesitura de tener que conseguirlo, de tener que aprender a seducir. Descubrimos un lenguaje nuevo. De pronto, el cuerpo dice "puedes".
El beso llegó, como siempre termina haciendo, en mi caso con un chico mayor que yo. Lo que para mí fue un acontecimiento a nivel íntimo terminó convirtiéndose en un cacareo a nivel público. Mi susodicho, al ver que en nuestra primera toma de contacto yo había sido bastante cortada, acabó con la situación y posteriormente dejó que se propagara un vídeo en el que afirmaba que se lo había montado conmigo y que besaba mal. La cruz pendió sobre mí durante ese año. Al acoso que tenía que soportar de base por ser buena estudiante y tener intereses culturales, se le agregaron las miradas de soslayo, las risitas, los comentarios hirientes al vuelo, las preguntas inoportunas y los "zorra" por parte de las chicas que querían ganarse las atenciones de mi querido primer beso y que no sabían cómo gestionar sus celos. Incluso recibí alguna amenaza de pegarme que afortunadamente y gracias a que se me da bien parlamentar con brutas no llegó a cumplirse. Empecé a conocer una clase de acoso totalmente nuevo para mí. Mi tragedia además fue triple: el chico que me gustaba me dejaba porque él "no estaba con alguien para darse sólo besitos", el vídeo me granjeó la reputación de zorra fácil y algo que rizaba el rizo: encima de zorra, besaba mal.
No continuaré narrando los avatares de mi adolescencia. Actualmente no guardo rencor por lo que desató aquel inexperto primer beso. Incluso años después mantuve una relación de amistad con el chico responsable de mi humillación porque nos encontramos de otra forma, en otras circunstancias y habiendo sido capaces de procesar el pasado. Pero las decisiones que tomamos a raíz de esta clase de experiencias determinan nuestra madurez emocional. A mis veintinueve conozco a chicas de mi edad que por esta clase de traumas han desarrollado un rechazo sistemático al género masculino. También conozco a chicos que han convertido el rechazo y la inseguridad de esta época en la defensa exacerbada de un feminismo hipócrita que oculta condescendencia y un afán de recuperar el control que creen perdido sobre el sexo femenino. No son pocos los casos de personas que han sido objeto de burla a causa de su físico que han pasado a convertirse en los abusones de turno o en acólitos leales del macho o hembra alfa que toque, en toda clase de ámbitos, para evitar convertirse de nuevo en el blanco. Todo el mundo carga su neurosis, su cartel invisible de "No voy a permitir que vuelva a sucederme eso". En la adolescencia hay una pulsión excitante y trágica, hay suavidad y violencia, flexibilidad y resistencia, rebeldía y gregarismo.
Aquí van cinco películas sobre esta etapa que me han llamado la atención últimamente:
1. My Mistress (2014). Stephen Lance. Australia.
El protagonista es un joven y vulnerable adolescente cuyo padre acaba de suicidarse. Sumido en un estado de depresión, culpando a su madre del suicidio de su padre y con una necesidad imperiosa de recobrar el control sobre su vida, conoce a una dominatrix. Lo que empieza como una relación inofensiva que da comienzo cuando el protagonista se ofrece a cuidar el jardín de ella, termina convirtiéndose en una historia de amor en la que ambos curan mutuamente sus heridas. Ella encuentra en la piel suave del joven y en su mirada de adoración un bálsamo para el infierno que tiene que sufrir con las extorsiones a las que le somete su exmarido, que utiliza como escudo al hijo que tienen en común. Él, por el contrario, ve en ella a una mujer fuerte e inteligente, capaz de poner límites y control a las emociones. El juego de sadomasoquismo, en el que nunca se llega al sexo, es el terreno en el que la violencia exterior, atada a la incertidumbre y a fuerzas que se ven imposibles de dominar, se doma. Y, mientras juegan, descubren que se aman, momento en el que se alumbra la tragedia. El final me parece soberbio, tenso y maduro, sin bombos ni platillos melodramáticos.
2. Respira (2014). Mélanie Laurent. Francia.
Charlie y Sarah, de diecisiete años, entablan una relación de amistad muy intensa que irá minando la seguridad de Charlie a medida que Sarah le da a conocer su lado oscuro. Charlie es tímida, introvertida, insegura en sus relaciones y respecto a su cuerpo. Sarah es un exótico misterio, llena de historias emocionantes y con una capacidad de seducción que Charlie no domina. Sarah removerá los cimientos de la vida de Charlie. Sarah es perfecta, la perfecta amiga, la perfecta hija, incluso para la madre de Charlie. Sin embargo, cuando Charlie descubre la sórdida realidad en la que su perfecta amiga vive, esta última, viendo amenazado su secreto y su propia existencia ante ella misma y el mundo, iniciará una campaña de destrucción que acabará con la cordura de Charlie.
3. Mi perfecta hermana (2015). Sanna Lenken. Suecia.
Stella es una incipiente adolescente cuyo máximo referente es Katja, su hermana mayor, una bellísima patinadora de dieciséis años con un nivel de exigencia que la lleva a padecer un trastorno alimentario del que sólo Stella tiene conocimiento. De esta película me gustó mucho el conflicto, centrado en la entrañable Stella, cuyas inseguridades y anhelos debido a su desarrollo corporal la colocan en la situación de tener que convertirse en enemiga de lo que más ha deseado ser siempre. Para Stella, desvelar el secreto de Katja no sólo la convertiría en traidora; es un proceso mediante el que ella misma debe destruir los cimientos sobre los que ha empezado a construir su identidad, basada en gran parte, en el enamoramiento que experimenta hacia el profesor de patinaje de Katja, convertida en antagonista para su hermana y para sí misma. "Mi perfecta hermana" termina siendo una película sobre matar a los dioses de la infancia, con momentos cómicos memorables y un final agridulce.
4. Criaturas celestiales (1994). Peter Jackson. Nueva Zelanda.
Con unas jovencísimas Kate Winslet y Melanie Lynskey, Peter Jackson narra la historia basada en hechos reales de dos amigas que generan una relación tan intensa, íntima y dependiente, que terminan acabando con la vida de la madre de una de ellas cuando esta se convierte, tras sospechar acerca de la homosexualidad de las chicas, en el obstáculo para que sigan juntas. Pauline y Juliet crean un mundo imaginario en las que ellas son protagonistas absolutas, un entorno perfecto, lleno de intrigas palaciegas y desvaríos que dan sentido y refuerzan su barrera ante el mundo externo. La escena en la que Pauline pierde la virginidad con un chico refleja perfectamente esa sensación de ruptura con la realidad. Fuera de ellas, el mundo se vuelve sombrío, aburrido e insulso. Su complicidad traza un paraíso en el que la madre de Pauline, al intentar separarlas, se transforma en el Diablo. “Mi madre ha destruido toda la belleza. Es uno de los principales obstáculos de mi camino. La próxima vez que escriba, ella habrá muerto. ¡Qué extraño sentimiento de placer!”, escribiría Pauline, tras lo cual, con ayuda de Juliet, asesinaría a su madre, destrozándole la cabeza con una piedra guardada en una media y necesitando para terminar su cometido cuarenta y cinco golpes. La película es tensa, pasional, en ella se palpan la ternura, el delirio y la brutalidad. Jackson consigue introducir al espectador en el universo celestial en el que las dos amigas generan un nuevo orden en el que se ven incapaces de sobrevivir la una sin la otra.
5. La familia Bélier (2014). Eric Latirgau. Francia.
Acabo esta breve lista con una comedia, para marcar un poco el contraste. En la familia Bélier todos los miembros son sordos, excepto Paula, de dieciséis años, una chica responsable, luminosa y trabajadora, que se encarga de todas las gestiones de la granja que su familia se ve incapacitada de realizar debido a su minusvalía. No obstante, en el instituto descubre gracias a un exigente profesor de música su pasión y talento para el canto, momento en el cuál se verá dividida y obligada a decidir entre un posible futuro en una prestigiosa escuela de París y su demandante familia, agregándose a este conflicto los encuentros y desencuentros amorosos con el chico que le gusta y la cómica lucha electoral de su padre por convertirse en el alcalde del pueblo. Sin perder nunca su sentido del humor atrevido, esta película aborda los temas de la búsqueda de la identidad, la ruptura con la dependencia familiar, con el sentimiento de culpa que conlleva, ya que sus padres han depositado en Paula la responsabilidad de ser su nexo con el mundo, y la incomprensión, esta vez acentuada por el hecho de que la familia de Paula es incapaz de apreciar a causa de su limitación física el talento por el que su hija va a plantearse abandonarles (utilizo "abandonar" porque así es como lo perciben ellos). La familia Bélier es una película sencilla, emocionante, divertida, conciliadora, no exenta de momentos dramáticos tensos. Las versión del clásico "Je vais t'aimer", interpretada por la actriz protagonista Louane Emera, es maravillosa. Pocas películas me han hecho llorar de felicidad al final, y esta es una de ellas.