Aviso: Este artículo no pretende trazar una trayectoria de Stan Lee en forma de panegírico. No me considero la persona adecuada para semejante tarea, pese a haber disfrutado las historias de Spiderman, X-Men, Iron Man y un largo etcétera. Hay multitud de artículos en la red que acometen ese trabajo mucho mejor de lo que yo podría hacerlo. Esta entrada pretende ser un análisis breve y general de la importancia de los mitos, las genealogías y lo que Stan Lee ha aportado en este sentido. Descansa en paz, Excelsior!
Los dioses antiguos. Genealogías politeístas y monoteístas.
Ya nadie cree en los viejos dioses. Están sepultados en sus tumbas de olvido. Se han convertido en algo vago, nebuloso, prescindible. Ellos una vez dictaron los designios de los hombres, pero también bebían, comían y sucumbían a los misterios del placer, cometían errores como los seres humanos sin dejar de acometer al mismo tiempo gestas dignas de héroes o alumbrar a los héroes mismos. La palma, sin duda, se la llevaban los semidioses, una suerte de puente entre los dioses y el común de los mortales. Hijos de un dios o diosa y un mortal que a menudo se encontraban en la encrucijada de conciliar su parte de dioses y su parte de humanos, luchando contra las profecías de los oráculos, llevando a cabo tareas titánicas gracias a sus poderes divinos, pero al mismo tiempo siendo siempre conscientes de que, pese a estas cualidades, tenían un tiempo limitado en la existencia. Tal vez por eso brillaban más que los propios dioses.
Hércules, vencedor del león de Nemea, sucumbe por causa de los celos de su esposa Alcmena, que le da un manto manchado con la sangre del centauro Quirón, manto que durante la noche, cuando el héroe está expuesto y necesita resguardarse del frío, se convierte en serpientes. Aquiles, aunque esta versión se conoce poco, muere desarmado, alcanzado por la flecha de Paris, cuando se dispone a entrar en Troya, después de firmar la paz tras el acuerdo de matrimonio con la princesa troyana Políxena. Jasón, navegante experto que consigue nada menos que el vellocino de oro, termina muriendo cuando cae sobre su cabeza el mástil podrido de la nave que tantas travesías victoriosas le había dado en sus años de juventud. La genealogía de dioses y semidioses es amplísima y variada, así como las distintas versiones que fueron extendiéndose. El hombre se veía reflejado en estas leyendas, que le ayudaban a comprender esa parte divina que arde dentro de nosotros, el talento que debe ser domado, y todos los peligros y responsabilidades que conlleva. Consistía en una preparación para la guerra, la vida y la muerte.
El universo mismo está contenido con una belleza indescriptible en estos mitos y parece gritar: "No te confíes, humano, ni el más poderoso de los dioses controla todo". Pero, al mismo tiempo, se trata de un canto poderoso a la potencia, al hecho heroico, una apropiación estética de la naturaleza, un comprenderse dentro de la civilización.
Ya nadie cree en los viejos dioses, pero siguen ahí, no obstante, de alguna manera. Sus historias palpitan con fuerza porque apelan al alma humana misma. Se les ha rescatado con cierto éxito en ficción, pero nadie les adora ya en sus templos y son millones de personas las que desconocen lo que provocó la ira del poderoso Aquiles.
El concepto de genealogía se extiende al Antiguo Testamento. El panteón politeísta desaparece para dar paso a la expansión imparable de las religiones monoteístas. Las historias en las escrituras se convierten en una lucha para arrebatar los laureles a los falsos dioses. Tenemos a Astarté (Isis, Isthar, más tarde convertida en el demonio Astaroth), diosa del amor y la fecundidad expulsada del Templo por designio de Yahvé, a Moloch, devorador de niños, cuyos rituales exigían sacrificio del primogénito, al poderoso y aparentemente imbatible Marduk, lo más parecido a Ares o Marte, reducido a la nada. Yahvé termina imponiéndose. Pero el concepto de genealogía heroica permanece. No obstante, los héroes dejan de caracterizarse por su arrojo en la batalla, sino por su voluntad y determinación para afrontar la fe y transmitirla a otros. El guerrero se convierte en profeta.
El hecho dramático en el ritual religioso.
Mamet habla en "Manifiesto" de que el hecho religioso se corresponde con una necesidad de drama. Comparto con él este pensamiento. Pienso que hay un hecho dramático en el ritual que se ha ido independizando de lo religioso con el paso del tiempo, a medida que el hombre ha ido obteniendo la libertad e independencia económica para separar religión de drama y expresarse exclusivamente a través de la ficción desligada de cualquier elemento aleccionador. Tal vez por eso ya nadie necesita creer en los viejos dioses. Disponemos de la sustancia, sin necesidad de degollar corderos, realizar libaciones o hacer votos de castidad. Ya no necesitamos mediadores interesados para entrar en contacto con ese elemento catártico que nos proporciona la ficción. La deglución de símbolos se ha secularizado en su mayor parte. Por supuesto, estoy simplificando y este tema requiere muchísimo más espacio para ser tratado en profundidad, con todas sus contradicciones y excepciones.
El resurgimiento de las genealogías en el s. XX. Creadores de universos.
Demos un salto al siglo XX. El consumo de ficción es uno de los mercados principales en la industria del entretenimiento. El cine, que nace como un entretenimiento insustancial de barracas de feria, se desarrolla a pasos agigantados. La literatura despliega sus alas y, tras siglos de silencio, las genealogías vuelven a aflorar. Tolkien revoluciona y unifica el mundo de la fantasía medieval. Lo revitaliza y lo trae de nuevo al público. Sienta las bases, sin ser consciente, de una nueva manera de entender la fantasía y sus héroes contagian a varias generaciones de la nostalgia de lo que jamás sucedió, trayendo, al mismo tiempo, un análisis del panorama moderno, asolado por las grandes guerras, con la distancia perfecta como para ser consumido, disfrutado y aprehendido. Pobres de los que piensen que la fantasía de Tolkien consiste en elfos, enanos y humanos ingenuos chocando espadas y haciendo ruido. Hay entre sus líneas un discurso bellísimo y terrible al mismo tiempo sobre el héroe frente a la irrupción inesperada del Mal, que siempre ha estado forjándose, pero del que nunca se ha sido consciente, sobre la ruptura del hogar, la relación entre destino, voluntad y responsabilidad, y, la melancolía que produce volver a casa y darse cuenta de que, a pesar de que el mal haya sido vencido, ya nada volverá a ser lo mismo... entre otros muchos temas que ahora mismo me dejo en el tintero.
También tenemos a Stan Lee, fallecido recientemente. Como dice el escritor Pedro Pablo G. May, Stan Lee recuperó la figura del héroe y modernizó el concepto heroico de la vida. No puedo estar más de acuerdo con él. El héroe necesitaba ser humanizado y puesto en un contexto familiar y reconocible, donde, sin embargo, suceden cosas extraordinarias. Debe, además, afrontar la constante decisión de hacer las cosas bien. El bien, en este caso, no se vende como la píldora azucarada que siempre se escoge porque "es la que tiene el premio", sino que es producto de una elección constante y complicada. En el universo Marvel los personajes construyen su identidad al margen de la autoridad o incluso rebelándose contra ella cuando esta es injusta. La aparición de la máscara también me parece muy interesante. El viejo héroe, a pesar de los obstáculos por parte de la autoridad legitimada, siempre se había enfrentado a sus enemigos con la cara descubierta. Con el héroe convertido en súper héroe llega también una dicotomía entre el "yo heroico" y el "yo mundano". En este caso, el héroe no solo tiene un deber voluntario y autoimpuesto hacia la sociedad, sino que, al mismo tiempo, desea preservar y proteger su individualidad. Ya no sigue los designios de los dioses, ni las órdenes de Dios. Mirar hacia arriba no garantiza ninguna recompensa o castigo. El diálogo hacia el Cielo es ahora consigo mismo y se pregunta constantemente "¿Quién soy?". La respuesta se encuentra a menudo en el lado de la máscara, que es donde despliega todo su potencial.
Con Stan Lee la genealogía heroica se despliega de nuevo, la esencia de los viejos dioses y semihéroes se reconvierte en un producto de entretenimiento, dispuesto para ser consumido. Los cascarrabias nostálgicos, a quienes tanto apelo últimamente, no deben poner el grito en el cielo. Ellos mejor que nadie saben que los poemas épicos antiguos tienen mecanismos, muletillas, repeticiones y trucos varios a fin de que el rapsoda pudiera transmitir de manera oral las historias: los poemas épicos también, en su momento, fueron un producto de entretenimiento destinado a una amplia mayoría, listo para devorar.
Ha muerto Stan Lee. No era, desde luego, el escritor más brillante y a su inmensa obra han contribuido numerosísimos talentos, tanto dibujantes como guionistas. Pero es él el que ha revivido el concepto de genealogía heroica y lo ha expandido, trascendiendo Marvel. Sin él, el cómic no sería lo que es ahora mismo. Sin la ola imparable que generó no tendríamos la trilogía de "Batman" de Nolan, ni Watchmen, ni otras tantas obras maravillosas. Stan Lee creó un espacio en la ficción popular a través del que cualquier lector puede reflexionar acerca de la identidad, lo correcto, la autoridad, el deber y la individualidad. Reinterpretó los arquetipos y no son pocos los autores que han construido sus universos gracias al germen que él implantó en la cultura.
Ya nadie cree en los viejos dioses. Pero no es porque hayan muerto. Es porque simplemente han cambiado su aspecto.
Gracias, Stan Lee, por tu gran contribución al mundo de la ficción.
Hasta siempre.