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El incesto en Bertolucci. Capítulo 2. "Soñadores" o "The Holy Innocents"

- ¿Por qué no piensas en Mao como en un gran director haciendo una película con millones de actores? Esos millones de guardias rojos, desfilando juntos hacia el futuro, con su Libro Rojo en las manos. Libros, no armas. Cultura, no violencia. ¿No ves que sería una película épica preciosa?

- Supongo, pero es fácil decir “libros, no armas”, pero no son “libros”. Es “libro”. Solo uno.

- Cállate, pareces mi padre.

- No, escúchame, los guardias rojos a los que admiras, llevan todos el mismo libro, cantan la misma canción, repiten las mismas consignas. En esa película épica, todos son extras. Eso me da miedo. Me asusta.

"Soñadores" es mi película preferida de Bertolucci. Tiene algo que me perturba y me fascina al mismo tiempo. Va mucho más allá de las numerosas referencias al cine clásico. Bertolucci nos muestra una senda a través de la que tres jóvenes se atreven a cruzar el límite y explorar nuevos pensamientos, nuevas maneras de descubrir sus cuerpos y sus mentes. Un camino que les lleva a zonas pantanosas, tortuosas, gobernadas por el erotismo, el peligro y la muerte. Eva Green, con su belleza sombría, peligrosa e inocente, así como sus dos compañeros de reparto, Michael Pitt y Louis Garrel, con los que manifiesta una química única, también contribuyen a que me haya enamorado perdidamente de esta película. El guión, de Gilbert Adair, autor de la novela en la que está basada la película, "The Holy Innocents", se yergue como un poderoso imán, un conjuro que vierte sus palabras e imágenes en los ojos del espectador y le atrapa por completo. "Soñadores" es una manzana de caramelo con una cuchilla en su interior. Pobres de aquellos que afronten su visionado confortados en que van a ver un homenaje autocomplaciente a la historia del cine a través de unos personajes cinéfilos, jóvenes y bellos.


Sinopsis:

"Sonadores" cuenta la historia del encuentro de un joven estudiante americano llamado Matthew con dos hermanos mellizos llamados Isabelle y Theo. El escenario de fondo son los altercados de mayo del 68 en París, que se cuelan en la trama en momentos muy puntuales, bien para revelar el posicionamiento psicológico de los personajes o para marcar puntos de giro insospechados. El punto de partida nos presenta a Theo e Isabelle, que, aprovechando que sus padres se ausentan un mes de casa, invitan a Mathew a habitar con ellos en su universo particular. Matthew arde en deseos de pasar tiempo con esta curiosa pareja de intelectuales acomodados, que encuentran en las protestas estudiantiles y en las teorías maoístas un poderoso mecanismo para rebelarse ante la figura paterna, un alivio colectivista ante la distancia insalvable entre ellos y su padre. El cine forma parte también del universo incestuoso que han creado a su medida. Es el vínculo de ficción que les mantiene unidos, hasta el punto de convertirse en un elemento de culto con el que, a medida que avanza la historia, crearán sus propios rituales. Matthew enseguida se da cuenta de que esa unión va más allá. Los hermanos duermen y se bañan juntos. Viven en un ala apartada de la zona común y de la habitación de sus padres, creando su propio "Nunca Jamás", un lugar en el que solo se necesitan el uno al otro, un paraíso de ficción y cine que no obstante oculta algunos vacíos emocionales a los que Theo e Isabelle tendrán que hacerles frente con la llegada del extranjero Matthew.


El tercer elemento:

Matthew no es un simple testigo. En el momento en el que es aceptado en la hermandad, tras pasar el ritual iniciático (batir el récord de la película "Banda Aparte", de Gordard, atravesando el Louvre corriendo), y haciendo referencia al clásico "Freaks", Isabelle y Theo le integran en su mundo cantando "Es uno de nosotros, es uno de nosotros". El tercer componente queda así ubicado en un universo ficcional que controlan y conocen. De esa manera "el extraño" se convierte en conocido. Ya no se trata de una amenaza, sino del espectador que necesitan para confirmar sus lazos. Un espectador que nunca jamás habían tenido antes, ni entre sus amigos, ni entre sus progenitores, que, aún viviendo con ellos, no han llegado a apercibirse de su curiosa unión, lo que también nos da pistas sobre la relación de los padres con sus hijos. Un padre narcisista, poeta afamado, refugiado en sus letras, que no intenta comprender a sus hijos. Los ha convertido en extraños para él. La madre tiene un papel más pasivo y amable, pero eso no evita que sea ciega ante la relación de su progenie. No hay engaño más poderoso que el que uno mismo se cuenta para evitar una realidad incómoda. En un primer momento, Matthew será el instrumento del que se sirven para explorar y traspasar los límites que habían establecido entre ellos. Se deja muy claro que antes de la llegada de Matthew esos límites, aunque transgresores, se habían respetado escrupulosamente. Matthew se convertirá muy pronto en la llave del drama fraternal, el elemento externo que puede terminar reafirmándoles o separándoles para siempre. Desde el momento en el que incluyen al joven americano, ambos se hacen conscientes del peligro, pero deciden asumir el riesgo con ese espíritu infantil e imparable que lleva a algunos niños a romper sus juguetes para ver qué hay más allá.


El juego, el cine, los sueños:

El juego desempeña un papel esencial. Los niños utilizan el juego para explorar posibilidades con unas reglas definidas, es una suerte de mecanismo de iniciación que permite expandir horizontes. Isabelle da el pistoletazo de salida proponiéndole a Matthew una adivinanza sobre "Top Hat", película con Fred Astaire. Matthew, cinéfilo empedernido, la acierta y ese es el motivo por el que Theo e Isabelle le invitan a batir el récord del Louvre: tiene el germen, el mismo interés y curiosidad, puede llegar a ser uno de ellos. Luego las apuestas suben. Isabelle interpreta "La venus rubia" de 1932 y Theo no la adivina. Ahora debe pagar una prenda. Un castigo por haber quebrantado por unos momentos ese hilo que les mantiene unidos. "Te reto a que hagas delante de nosotros lo que te he visto hacer delante de ella...(...) Quiero que lo hagas como cuando pensabas que nadie te veía". Así, Theo se ve obligado a masturbarse delante de una fotografía de una estrella de cine mudo, ante los ojos curiosos e insaciables de Isabelle y la mirada extrañada de Matthew. Lo que aún no sabe el espectador es que la mirada traviesa y erótica de Isabelle oculta un secreto de inocencia. La inocencia es, en el fondo más oscuro de los dos hermanos, su valor más preciado. Toda la película mantiene su elegancia y su interés gracias a ese concepto. En manos de otro director con otra sensibilidad tal vez se hubiera convertido en una historia semipornográfica sin más interés que el de cuatro escenas subidas de tono con Eva Green. Pero Bertolucci y Gilbert Adair rescatan la inocencia y la convierten en el estandarte de estos personajes rebeldes e ingenuos al mismo tiempo. Una inocencia que terminará volviéndose venenosa.

El erotismo, cuando llega a su punto álgido, también desvela algo turbio y desestabilizador. Son situaciones colmadas de tensión en la que algo cambia y se rompe en los personajes. Siempre que se exacerba nos revela un secreto bien guardado. El momento más significativo y el que nos hace comprender lo que verdaderamente sucede entre Theo e Isabelle llega cuando le toca a Isabelle pagar prenda. De nuevo, a través del juego se revela una realidad perversa. La prenda que Theo exige es que Matthew e Isabelle hagan el amor delante de él en la cocina. Matthew se resiste, intenta huir, pero al final no puede sustraerse al hechizo de ambos hermanos y tiene sexo con Isabelle sobre el suelo de la cocina. Cuando consuman el acto, Theo se acerca y toca los muslos manchados de sangre de Isabelle. Matthew comprende entonces que ella era virgen, hecho que le sorprende poderosamente. La máscara de Isabelle hasta ese instante había sido la de una femme fatale, una joven segura de sí misma, independiente, sensual, madura, que sabe lo que quiere en cada momento y puede tomar lo que le venga en gana debido al enorme poder que desprende.


El juego ha revelado el secreto más profundo de Isabelle: sigue siendo una niña, con miedo, dependiente, insegura. Ha iniciado su primer contacto sexual al amparo de la mirada de su hermano, que en un momento de la escena se da la vuelta para hacer unos huevos fritos, en un gesto de falso desapego ante la escena que está teniendo lugar. Theo tiene un juego más agresivo que Isabelle, pese a lo que puede parecer en un primer momento. Mientras Isabelle es intuitiva, espontánea, traviesa y juega mejor que nadie a la provocación, él puede destruir la estabilidad emocional de su hermana con gestos simples, meditados y contundentes.


La Venus de carne y hueso:

Hemos vivido la etapa de descubrimiento de Matthew e integración en la simbiosis fraternal. En la segunda etapa el juego ha sido el protagonista, permitiendo a los personajes exprimir y evidenciar sus deseos más profundos a través de una estructura reglada y segura que les protege del espanto, un juego de espejos que les salvaguarda de la mirada directa y terrible de Medusa. En la tercera etapa, sin embargo, las cartas están sobre la mesa.


Mathew se implica en una relación de romance con Isabelle, vigilada siempre por Theo, y decide adquirir su propia voz. Hasta entonces ha sido testigo, a medias seducido, a medias horrorizado, pero irremediablemente cautivado por el influjo de ambos hermanos. Sin embargo, el amor que siente por Isabelle le lleva a reclamar su yo, a exigir de alguna forma que ella reconozca su individualidad. La unidad del trío amenaza con ser destruida. El principio del fin comienza con una escena intrascendente en la bañera. "No existe el amor, solo las pruebas de amor", le replica Isabelle a Matthew, en un intento de escapar de una acusación velada de Matthew que viene a decirles que ellos nunca le dicen que le quieren, solo contestan "Yo también". Cuando Matthew busca un reconocimiento auténtico y sincero, vuelve a golpearse con el juego. Isabelle le exige una prueba de amor: dejar que le afeite los genitales. Matthew se rebela. Les recrimina que actuando así nunca van a madurar y le pide a Isabelle algo que nunca ha experimentado antes: una simple cita. Aquí se ve de nuevo el fondo de candidez que tan bien sabe ocultar. Se muestra dubitativa, pero finalmente acepta.


Theo reacciona de forma inmediata y pasivo agresiva. Mientras su hermana y Matthew están fuera, se trae a casa a una chica. Cuando la pareja regresa Isabelle ve los guantes negros y largos de ella tirados por la casa. Por otro lado, Matthew insiste en ir a la habitación de ella, todavía desconocida. Isabelle se muestra reticente, pero finalmente accede. En la habitación de ella descubrimos otra dimensión. Es su espacio sagrado. Un lugar en el que el orden y el caos en el que está sumida la casa parece no existir. Isabelle vuelve a jugar. Se pone los guantes negros de la amante de su hermano y se muestra ante Matthew como una aparición divina: nada menos que la Venus de Milo. El templo que es su habitación ya tiene su diosa y lo más importante, un ferviente devoto. Isabelle parece haber alcanzado la independencia que Matthew deseaba para ella, pero, como la imagen de diosa pagana que ella misma representa, es solo un espejismo.


Durante el juego erótico Isabelle, al escuchar música proveniente de la habitación de su hermano, se quiebra por completo cuando escucha risas femeninas en la habitación de su hermano. Golpea con fuerza la puerta, rogándole, desesperada, que abra la puerta, "¡¿Quién eres?!", le grita a Matthew, fuera de sí, cuando este intenta consolarla. Es la primera vez que la vemos perder los papeles por completo. En sus ojos hay una chispa de locura y desesperación. Matthew se convierte de nuevo en el espectador del drama fraternal. Theo ha conseguido que el eje vuelva a desplazarse. Tras la ruptura provocada por el enamoramiento, el orden queda restablecido. Isabelle construye sus castillos sobre cimientos de cristal. La separación de Theo fue producto de la insistencia de Matthew, que sembró la inseguridad en la relación fraternal, no una verdadera toma de consciencia.


Exploración del yo a través del encierro:

A Bertolucci le gustaban las historias en las que los personajes, a través de un encierro voluntario, exploran sus límites al margen de los límites impuestos por el mundo. Esto puede verse en "El último tango en París", de una manera un poco menos literal en "La Luna" y en la última película rodada por este director, "Tú y yo", en la que dos hermanastros de personalidades completamente opuestas, pero con una misma raíz de sufrimiento, se ayudan el uno al otro al verse obligados a convivir unos días en el trastero de su madre. En "Soñadores" las paredes de las habitaciones conforman universos paralelos, espacios sagrados en los que unos muchachos jóvenes e inquietos experimentan hasta extremos enfermizos, unidos por su amor al cine, totalmente sacralizado y convertido en un instrumento de culto e iniciación en los misterios de la edad adulta. A medida que avanza y se agudiza el encierro, punto marcado por el cierre de la cinemateca, el desorden, el caos, la falta de dinero y el hambre cunden en la casa. La desnudez es la regla. El vino caro se desborda por los labios. Matthew se viste con una bata de Isabelle. Theo rebusca en la basura algo de comida vistiendo solo una chaqueta, sin llevar ni siquiera los calzoncillos puestos. Sin embargo, todo forma parte del juego. Saben que el hambre es temporal. Nada que no pueda solucionar una llamada a sus padres para que les den otro cheque.


Un solo libro:

A medida que avanza la película, las apuestas suben. La espiral en la que se mezcla el insólito trío se intensifica. La casa ha quedado sumida en el desorden y suciedad más absolutos y, en una catarsis final, vemos a los tres personajes delimitar de nuevo el espacio. Isabelle, tras la noche terrible en la que encarnó a la Venus de Milo, monta en el salón una tienda de campaña, como cuando Theo y ella eran niños. Cuando va a llamarles para darles una sorpresa, les sorprende en un momento particularmente tenso, una conversación que tendrá consecuencias en el desenlace y que nos desvela la candidez de Theo.


Cuando Theo elabora un discurso rimbombante acerca del maoísmo, haciendo un paralelismo de Mao con un director de cine dirigiendo a millones de actores que portan un libro, Matthew irrumpe en su tesis. "Los guardias rojos a los que admiras, llevan todos el mismo libro, cantan la misma canción, repiten las mismas consignas. En esa película épica, todos son extras. Eso me da miedo. Me asusta", afirma. Pero no termina ahí. Matthew es perceptivo y decide ir más allá. También le recrimina a Theo que realmente él no cree en el el maoísmo: "Si creyeras lo que dices, estarías ahí fuera (...) Ahí fuera pasa algo. Algo que podría ser muy importante. Algo que podría cambiar las cosas. Hasta yo lo veo. Pero no estás ahí fuera. Estás aquí, conmigo, bebiendo vino caro y hablando de cine, hablando de maoísmo, ¿por qué?". Theo siente amenaza en las palabras de Matthew. Responde con agresividad. Si acepta lo que dice Matthew, el sistema frágil sobre el que ha asentado la confianza en sí mismo y en el que basa su rebelión hacia la figura paterna, corre el riesgo de derrumbarse. Theo no soporta observar su candidez a través de los ojos de Matthew y se encara con él. No obstante, Isabelle interrumpe la conversación y les lleva a la tienda de campaña en donde se firma de nuevo la paz, a través de la unión de las pieles. En un retorno a la pureza de la infancia, pero con el arrebato inevitablemente erótico de la adultez, los tres personajes, unidos más que nunca, se internan en esa suerte de matriz simbólica.


Mayo del 68. La calle irrumpiendo en el salón:

Sé que he fusilado bastante la historia, pero me resisto a contar qué decisión toma Isabelle cuando se acerca el final de la película. Un final en el que la calle termina irrumpiendo inesperadamente y evita que el desenlace de la tríada sea catastrófico. Las protestas de los jóvenes, cada vez más violentas, atronan en París y ellos terminan formando parte de la turba, en donde se sellará su separación final. Durante la película hemos visto varios momentos en los que la unión de tres podría haberse disuelto. Pero son acontecimientos que siempre se han dado dentro del espacio de juego, de las reglas establecidas tiránicamente por los hermanos. En los juegos puedes morir, puedes matar y reiniciar la partida. Así es como Theo e Isabelle estiran, torturan y exploran las emociones, con la garantía de que al día siguiente todo seguirá igual. En la calle, sin embargo, el juego se vuelve real. Las decisiones tienen peso verdadero. Theo decide seguir adelante y emprende el camino de la violencia. Matthew, pacifista declarado, se queda atrás, consciente de que esa separación es definitiva. Isabelle, frágil y dependiente, sigue a su hermano.


Ambos avanzan hacia la destrucción, mientras el chico americano da un paso hacia atrás y contempla cómo dos personas a las que ha conseguido amar muy intensamente en poco menos de un mes, deciden convertirse en niños eternos. Dos siameses irremediables que ven más peligro en mirar hacia atrás y verse reflejados en los ojos de su amigo, que en emprender una huida hacia el horizonte de fuego, gritos y confusión que se abre ante ellos.

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