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OSTARA (PARTE II)

Ha sembrado sus susurros en los poros de mi piel y cuando empiezan a florecer producen un cosquilleo tan placentero que quiero tocarme, acariciarme, estallar. Ella permanece sentada, sin moverse, pero al mismo tiempo todo, en su quietud más extrema, parece tener más movimiento que nunca, como si las mismas piedras danzaran y cantaran.

Al día siguiente la veo marcharse y la detengo en la puerta.

—¿Cómo te llamas? —, le pregunto, ansiosa —¿Por qué dejas mi casa llena de flores?

—Siembro tu casa de bellos cadáveres porque la Belleza... —asegura ella, volviendo a clavar sus ojos amarillos en mí—... merece el funeral más alegre y la orgía más fúnebre. Así es como su misterio debe ser honrado y celebrado.

—¿Y tu nombre? —vuelvo a preguntar. Ella se ríe, casi de forma orgásmica. Más tarde entenderé que es la única forma en la que puede reírse.

—Ostara —contesta risueña y divertida, como si la respuesta fuera más que evidente.

—No te vayas, por favor —le suplico. Ella vuelve a reírse. Esta vez no hay respuesta. Se da la vuelta y se marcha, contagiando su inconfundible risa orgásmica a todos los seres vivientes con los que se topa.


Me despierto entre las cuatro paredes de mi apartamento confinado. Estoy desnuda, con la piel caliente. Me tomo la temperatura; no hay ningún dato alarmante. En la televisión suena Quién me ha robado el mes de abril, de Sabina.

Me asomo a mi ventana, el nuevo marco del mundo. Dos palomas copulan sobre la acera, sarpullidos de flores rojas surgen entre los resquicios de las aceras. La lucha por la vida y la danza de la muerte vibran dentro de los mil abejorros que pululan por la ciudad. Uno de mis vecinos grita sus oraciones matinales: «¡Los virus somos nosotros!», agitando una copia de la foto falsa de los delfines en Venecia junto a un retrato de Greta Thunberg.

Nadie nos ha robado nada. Tal vez el ruido, salvo casos puntuales como el de mi vecino y los aplausos a las ocho de la tarde. Después de desgañitarse con «¡Más Simones y menos Borbones!» mi vecino se calla y viene el silencio.

Un silencio delicioso. Un silencio atronador que me permite escuchar más fuerte que nunca cómo la primavera brota con violencia en cada esquina de esta ciudad.

La primavera nos observa.


Texto: Carolina Corvillo

Fotografía: Mara Saiz


Inspirado en el perfume Ostara de @magenta_hypodermic



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