Todas las cosas bellas y llenas de luz se desvanecen tan rápido... y jamás regresan. Palabras de Daisy Buchanan en "El Gran Gatsby", de F.S. Fitzgerald.
Es de sobra conocido en determinados círculos "El Gran Gatsby", mucho más desde que Baz Luhrman hiciera su maravillosa adaptación cinematográfica en 2013, criticada hasta la saciedad por su estética "moulinrougera", que, si bien es una marca del director que vemos en más películas suyas (Moulin Rouge, Australia, Romeo + Julieta), se adapta perfectamente a la novela del escritor maldito, el eterno hombre ebrio, Francis Scott Fitzgerald. Si escribes en google "El Gran Gatsby" saldrán en la primera página reseñas cuyos puntos en común siempre serán el reflejo la decadencia de la época, la pureza y grandeza moral de Gatsby en ese contexto sucio y manchado por la perversión y, por supuesto, la maldad prácticamente intrínseca de Daisy, que no sabe ver ni apreciar todo lo que Gatsby ha creado por y para ella y que es capaz de traicionar al hombre al que ama por Tom, el despreciable y mujeriego Tom, su imbécil marido, su mal conocido.
"El Gran Gatsby" es un título sencillo, pero no simple. Sin embargo, parece fácil atribuirle simplicidad, como si Fitzgerald sólo hubiera escrito un capítulo edificante más de "El conde Lucanor". En la grandeza de Gatsby, capaz de crear mundos por un amor temprano e imposible debido a que Daisy es una niña bien y él un hombre sin porvenir, pero con una gran idea de lo que puede llegar a ser, también reside su maldición. La sombra que proyecta es larga y oscura. ¿Es admirable? Es una pregunta que me cuesta contestar y que formulo a amigos y conocidos que han leído el libro o visto la película.
El imperio de Gatsby está erigido sobre los cimientos que le proporciona su amor a Daisy, la entrega absoluta de ella siendo una adolescente. Jay, obsesionado con legitimar ese amor, asciende por el lado oscuro del mercado negro del alcohol para poder completar la historia de amor inconclusa. Cuando consigue su fortuna, Daisy ya se ha casado con Tom, se ha vuelto una belleza melancólica cuyo mayor deseo es que su hija sea tontita cuando crezca, para evitarle sufrimiento. Gracias a su primo, Nick Carraway, aparece Gatsby en su vida de nuevo, la deslumbra con el universo que creó por ella. Daisy se entrega de nuevo a esa vieja idea, a la quimera que parecía imposible después de haber saboreado las decepciones de la vida. Todo lo que ambos sintieron aquella vez en que hicieron el amor hace años, se ha expandido hasta límites insospechados y viven todos los momentos que les fueron negados por las circunstancias. Ella misma le dice, refiriéndose a todo lo que les rodea "Es perfecto, de tu perfecta e irresistible imaginación".
Sin embargo, la tragedia se avecina. Llega el momento del clímax y nos encontramos a Gatsby desvelando ante Tom su relación con Daisy. No se contenta con el romance a la sombra. Su propósito y obsesión es legitimar su amor. Los nervios se ponen de punta y en ese momento Tom aprovecha para echarle en cara todo lo que ha estado investigando sobre él. Detrás de ese look hortera, tras toda esa exhibición de fortuna y extravagancia, no hay más que un criminal de tres al cuarto que se dedica al contrabando. Gatsby le responde que entre ellos no hay diferencia, puesto que sus capitales les hacen iguales. Pero Tom, obsesionado con la raza, las clases y el origen, no acepta ese nuevo orden. Gatsby siempre será lo que fue, una fachada bonita que encubre a un farsante indigno del amor de Daisy. Ahí es cuando la máscara de Gatsby se hace pedazos y estalla en un ataque de ira.
La función del personaje de Tom me recuerda a la de Stanley en "Un tranvía llamado deseo". Stanley, el polaco bruto y desconsiderado, está casado con Stella, la hermana de Blanche, la joven y delicada Blanche. Blanche vive en su propio universo aristocrático, creado a la medida de su delicadeza para negarse la culpabilidad por la muerte de su marido y la desaparición de todo lo que ha amado (su casa, sus padres, su dorada juventud). Stanley, con su escasa inteligencia, es el elemento violento que amenaza con destruir la fantasía de Blanche. Todas las acciones y palabras de Stanley podrían condensarse en "Tú, que me ves como un hombre vulgar, bruto e insignificante, en realidad eres como yo". La agresión de Stanley remueve los cimientos de la cordura de Blanche, sin importar lo complejo y rico que pueda resultar su mundo en contraste con el del polaco y eso es porque esos cimientos son de papel.
En el caso de Tom y Gatsby sucede algo parecido. No importa cuán complejo e interesante sea el mundo de Gatsby en comparación con el de Tom, un viejo rico, una promesa fallida en el deporte, un bruto que intenta hacerse el intelectual dando absurdas justificaciones a su racismo, incapaz de ser fiel a Daisy. Tom, al igual que Stanley, es el elemento violento que irrumpe en un mundo construido sobre cimientos de papel, sólo que su discurso es "Tú, por más que quieras negarlo, no eres igual a nosotros y nunca lo serás". Aflora la neurosis en el momento en el que Tom pone a Jay contra las cuerdas. Gatbsy pierde los papeles y le exige a Daisy no sólo que reconozca en público que le ama, sino que afirme también que nunca ha amado a Tom. Está pidiéndole que niegue todo cuanto ha sido desde que se separaron, que sea fiel a la imagen de inocencia y entrega que él guardó de ella en la tardía adolescencia, la estampa por la que ha construido el templo de su propia grandeza. Pedirle eso es negar la mujer en la que se ha convertido, es negar la Daisy melancólica, la decepcionada, la que ha visto el mundo crecer y decaer y la que ha vuelto a conocer el amor gracias al regreso de su antiguo amante. La madurez de su amor se desmorona o, más bien, se muestra que nunca ha existido.
Paradójicamente, el periodo de años que intenta negar Gatsby de Daisy es el periodo durante el que él se ha hecho a sí mismo. Así, mientras entra en crisis cuando se pone en cuestión la identidad que tanto le ha costado forjar, no acepta que haya existido un tiempo en el que Daisy haya podido amar a Tom. El mundo de Jay se descubre entonces como tiránico, obsesivo y destructivo en cuanto a que está consagrado a una imagen divinizada de una Daisy no sufriente, eternamente joven, eternamente bella y entregada a él. La voluntad de Gatsby ha demostrado ser poderosa y le ofrece un hogar fastuoso en la que la condición para permanecer es ser una adolescente disecada, aparentemente indestructible, pero frágil y vulnerable, como el universo de su creador.
Por todo esto, creo que cuando se critica a Daisy por elegir a Tom en vez de a Gatsby, habría que preguntarse si elegir a Gatsby no sería peor. Tom es un hombre simple, al que tiene cogida la medida, un hipócrita mujeriego que no valora a su esposa, pero que sin embargo le ha dado años de felicidad y que, pese a ser parte de la decepción existencial de Daisy, no la ha negado en ningún momento. Nada de esto le redime en absoluto y, sin duda, lo más deseable (al menos para mí) habría sido que Daisy hubiera podido deshacerse de los dos y, quién sabe si arrojarse al abismo del incesto con el bueno de su primo Nick Carraway. No obstante, Tom no deja de ser el daño que se puede controlar porque entra dentro de lo mundano. Desbordada y asustada por el abismo de Jay, Daisy se refugia en ese "daño" que le resulta familiar. Porque la caída con Gatsby puede resultar letal. Es una promesa mucho más grande, basada en la construcción de una identidad que necesita negar la de Daisy para sostenerse con un mínimo de cordura: "Todo para Daisy, pero sin Daisy". Esto último resulta mucho más doloroso y aterrador. También es importante señalar que, antes de que se destapara la obsesión de Gatsby, Daisy le había propuesto huir juntos, pero Gatsby se niega por su deseo de "hacer las cosas bien". Él reclama validación para sentirse auténtico, pero el precio es la inautenticidad de ella.
Al final, con el atropello perpetrado por Daisy que acaba casualmente con la vida de la amante de Tom, nos encontramos a un Gatsby que intenta redimirse asumiendo ante la ley la culpa de ella y que espera, con vano optimismo, su llamada. Pero todo se ha destruido. No tiene ningún sentido dramático que Gatsby siga vivo después de su encuentro brutal y traumático con una realidad en la que Daisy amó a Tom. Como Blanche, que termina accediendo a ir al psiquiátrico completamente enajenada de su situación y diciendo "Siempre he confiado en la amabilidad de los extraños", Jay espera la llamada de Daisy. La perdición de Blanche es provocada finalmente por la agresión de Stanley y lo mismo sucede con Gatsby. Su asesinato tiene lugar porque un hombre desesperado cree que ha matado a su esposa, a la que también, según le han dicho, ha tenido de amante, responsabilidades directas de Daisy y Tom respectivamente. La muerte de Gatsby lava los pecados del matrimonio Buchanan, pero ni siquiera este mecanismo del Destino atenúa la sombra que su nombre proyecta.
Se ha dicho también que el Gran Gatsby es un personaje quijotesco. Al Quijote se le considera noble en su patetismo por encomendarse, entre otras cosas, al amor de una doncella que ha creado a la imagen y semejanza de sus sueños. Es capaz de crear mundos por ella. ¿Qué habría pasado si Dulcinea le hubiera correspondido? La tragedia se habría vertido en su relación. Gatsby crea mundos por amor. Tal vez pueda decirse que eso es admirable. Pero, por otro lado, una de las exigencias de ese mundo es que las flores sean artificiales, que no crezcan, que Daisy, con su nombre de flor, sea o aparente ser siempre alguien que dejó de ser hace mucho tiempo. En el universo de Gatsby, al final, sólo hay cabida para Gatsby. Tan grande y tan pequeño es al mismo tiempo. No estoy segura de que eso pueda considerarse digno de admiración.
Gatsby creía en la luz verde, el orgiástico futuro que, año tras año, aparece ante nosotros... Nos esquiva, pero no importa; mañana correremos más deprisa, abriremos los brazos, y... un buen día... Y así vamos adelante, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado.